28 de fevereiro de 2017

XI Congreso, Barcelona 2-6 abril 2018. Texto de presentación. Las psicosis ordinarias y las otras bajo transferencia, por Anna Aromí, Xavier Esqué




La psicosis ordinaria no data de ayer, este término se abre camino en la ciudad analítica desde 1998, año en que Jacques-Alain Miller lo inventó y lo puso en circulación[1]. Cuando se realice el XI Congreso de la AMP en 2018, la psicosis ordinaria habrá cumplido pues veinte años. Buen momento para recapitular: qué han aprendido con ella los psicoanalistas, qué usos le han dado y cuáles aún podrían encontrarle.

El buen momento lo indica también el entusiasmo con el que ha sido recibido el tema propuesto para el Congreso. Las psicosis ordinarias y las otras, bajo transferencia tiene la virtud de interpretar, de interpelar al menos, algo vivo de la clínica psicoanalítica actual. Lo vivo, trozo de real con que la experiencia analítica no deja de encontrarse. Seguir en la brecha abierta por la enseñanza de Lacan, la última y la otra, es no sustraerse a este real, propiamente analítico. El Congreso de Río lo abordó a partir del inconsciente y el misterio del cuerpo hablante, el de Barcelona lo continuará bordeando valiéndose esta vez de las psicosis ordinarias.

Clínica estructural, clínica del sinthome

Durante una época, el psicoanálisis se sostuvo en la solidez de una clínica estructural que permitía distribuir los casos entre dos campos diferenciados: la neurosis y la psicosis. Dejando a un lado la perversión, el corte de esta clínica estructural era neto; la presencia o ausencia del significante del Nombre del Padre en el lugar del Otro[2] repartía las aguas: a un lado los unos, al otro lado los otros. La primacía de lo simbólico otorgaba al significante la potestad de la diferencia y del ordenamiento.

Con esta clínica del significante, binaria y discontinua, Lacan ordenó el campo analítico dejado por Freud llevando el Edipo freudiano al Nombre del Padre lacaniano. Más adelante el psicoanálisis amplió su bagaje con lo que Jacques-Alain Miller, en la Conferencia de Río, destacó como inconsciente de pura lógica[3], con la lógica del fantasma y el objeto pequeño a, instrumentos de los que desde entonces la clínica ya no sabría prescindir porque permiten establecer el campo del sujeto y orientarse en sus modos de gozar. Con esta clínica se formaron varias generaciones de psicoanalistas en el Campo freudiano y más allá. Pero este Lacan, estructuralista y lógico, fundamentado en la prevalencia de lo simbólico sobre lo imaginario y lo real, no constituye su última palabra. Hay más Lacan.

En su camino hacia lo real Lacan se encontró con que no todo el goce se deja negativizar por la significación fálica. El psicoanálisis tenía que soltarse de la mano del padre como único operador para responder a los desafíos de una praxis que tiene que “hacerle la contra” a lo real[4]. Con la pluralización de los Nombres del Padre, primero, y con la consideración de las soluciones singulares abierta con Joyce[5] después, la función del Nombre del Padre perdía su exclusividad como tratamiento del goce y debía ser incluido, bien a título de semblante, bien a título de síntoma, en una perspectiva más amplia. Una perspectiva que desbordaba la estructura binaria y donde el poder limitador del orden simbólico sobre lo real del goce quedaba, literalmente, en entre-dicho.

No se pasa de la estructura a los nudos de un solo salto. Los momentos de la enseñanza de Lacan están tendidos con un hilo cuya lógica ha articulado el trabajo minucioso de Jacques-Alain Miller en los cursos de la Orientación Lacaniana. Aquí abreviaremos: los impasses del goce femenino, desplegados en Aún[6], empujan a Lacan a tomar la mano de Joyce abriendo su última y su ultimísima enseñanza. Con ellas se rediseña el punto de partida: de ahí en más la neurosis se leerá desde la psicosis y no al revés.

La forclusión entonces se generaliza: forclusión del significante de La/mujer para todo ser hablante, forclusión restringida del significante del Nombre del Padre para la psicosis. Si a cada uno su forclusión, a cada uno su solución; o mejor dicho su tratamiento, porque solución no la hay. Lo que hay es la clínica del sinthome generalizado. De aquí la ironía de Lacan: “todo el mundo es loco, es decir, delirante”[7], lo cual no significa que seamos todos psicóticos sino que “todos nuestros discursos son una defensa contra lo real”[8]. Esto quiere decir que tomar como guía la singularidad de respuestas sinthomáticas no exime de precisar la diferencia entre neurosis y psicosis.

La clínica del sinthome, la de la gradación y la singularidad, no anula la anterior. Entre la clínica de las estructuras y la de los nudos no hay oposición: se trata de hacer fructífera esta tensión. La singularidad de las invenciones subjetivas llama a una clínica instrumental y flexible que hoy por hoy se encuentra –hay que reconocerlo- en una etapa de balbuceo. Es esta clínica la que aprendemos a decir[9]. Es una elección ética. 

El título del Congreso produce una inversión que nos sirve de guía. Con él se constata que las psicosis ordinarias han pasado delante, que es donde se encuentran: delante de los practicantes, en la experiencia de todos los días. Pero si las otras psicosis ya no son el referente único para pensar el campo de la locura, no podemos prescindir de ellas. En De una cuestión preliminar… se encuentran los cimientos del caso Joyce[10].

Este es el campo de investigación que se abre como consecuencia de haber puesto en primer plano el goce y sus tratamientos singulares, lo que conlleva tener que reconsiderar, con el resorte de las psicosis ordinarias, la perspectiva general sobre la clínica.

Psicosis ordinarias

Antes de ser resorte, las psicosis ordinarias se presentaron como una zona de sombra. Acompañando la declinación del Nombre del Padre y la ascensión del objeto a al cenit de la civilización, en la práctica analítica se constataba un aumento de casos en los que no se encontraban los elementos precisos y concluyentes de una neurosis[11]. Casos raros que no parecían entrar ni en una ni en otra de las categorías de la clínica binaria. Estos casos, que fueron primeramente considerados “inclasificables de la clínica psicoanalítica”[12], poblaban la zona de frontera del binario estructural, ensanchándola. Una zona en sombra que Jacques-Alain Miller –a diferencia de la categoría de estado límite o borderline utilizada en la IPA- empezó a iluminar con el término de “psicosis ordinaria”, abriéndola a la investigación.

La psicosis ordinaria no es pues una nueva categoría clínica sino un aparato epistémico suplementario. Las psicosis ordinarias, de entrada, no se dejan circunscribir, se las puede encontrar en todas partes, incluso donde menos se las espera. Pero ellas no están en tierra de nadie, son psicosis. Y al situarlas en este campo todo el conjunto resulta interrogado.

Conviene aclarar que las psicosis ordinarias no disuelven el campo de la neurosis sino que de algún modo lo resuelven, ya que desprenden a la neurosis de cualquier supuesta equivalencia con la idea de “normalidad”. La idea de normalidad ya no resulta sostenible cuando la norma fálica ha perdido la hegemonía de su tradición al encontrarse incluida como una más entre otras soluciones para orientar el goce. Así el predicado segregativo, que nunca pudo ampararse de Lacan, los normales son los neuróticos, los otros son psicóticos no resulta sostenible desde ningún punto de vista.

Las psicosis ordinarias permiten ampliar el abanico de soluciones posibles para el agujero forclusivo. En las psicosis extraordinarias encontramos la reparación del agujero en forma de metáfora delirante cuando éste ya se ha manifestado desencadenándose como real que irrumpe, mientras que en las psicosis ordinarias las modalidades de reparación se multiplican y diversifican al ser tomadas en su rareza, con sus pequeñas invenciones, en su radical singularidad. Lo que tienen en común estas soluciones singulares es la posibilidad de una auto-reparación del agujero que impide o difiriere su estallido manifiesto. Ordinarias o extraordinarias, lo que encontramos siempre son los índices de “un agujero, una desviación o desconexión que se perpetúa”[13].

Estos índices del agujero de la forclusión pueden ser aparatosos, explosivos, extraordinarios, en cuyo caso no son difíciles de reconocer por el sujeto y su entorno. Pero también pueden ser discretos, sutiles, de manera que fácilmente pasan desapercibidos para el sujeto mismo, para su entorno y sobre todo para el clínico. Sólo bajo transferencia estos signos discretos pueden ser localizados como tales.

El desencadenamiento de una psicosis, en la clínica estructural, es efecto del mal encuentro con Un-padre que aparece en oposición simbólica para el sujeto[14], lo que provoca un desencadenamiento del significante en lo real[15]. Mientras que los llamados neodesencadenamientos[16] son aquellos que se localizan a partir de algunos puntos de fuga que indican pequeños desenganches del Otro que producen una deslocalización del goce. El desencadenamiento, neo- o franco, resulta entonces crucial como índice del agujero forclusivo que caracteriza toda psicosis. Jacques-Alain Miller en un texto que será imprescindible para orientar los trabajos del Congreso, propone tres externalidades para ordenar esta cuestión: la externalidad social, la corporal y la subjetiva[17].

Allí se puede leer que lo que buscamos captar con la psicosis ordinaria es lo que Lacan llama “un desorden provocado en la juntura más íntima del sentimiento de la vida en el sujeto”[18]. Este desorden, verdadero índice diagnóstico, afecta al sentimiento de la vida en tanto efecto de la no inscripción de la significación fálica. En las psicosis desencadenadas este desorden es evidente, pero ¿y en las psicosis ordinarias? Es esto lo que, bajo transferencia, un psicoanalista puede captar a partir de la presencia de algunos signos discretos. Bajo transferencia significa gracias a, siendo la transferencia lo que permite situarlos, pero también dentro de, es decir que se captan en la relación analítica. Se trata de una clínica fina, tejida de sutileza, que tiene en cuenta la tonalidad y la gradación, orientada a encontrar los efectos de la forclusión.

Bajo transferencia

Bajo transferencia se realiza la clínica psicoanalítica, en la neurosis y en la psicosis, lo que requiere la presencia y el acto del analista.

En la primera parte de su enseñanza, la posición que Lacan propone para el analista en las psicosis es la de secretario del alienado[19]. En primer lugar al psicoanalista le conviene escuchar quién habla, puesto que el mensaje del psicótico proviene de una palabra más allá del sujeto[20]. Pero este secretario no se limita a tomar acta ya que debe procurar parar la metonimia infinita, así como evitar el mal encuentro del psicótico con su Otro maligno. Por otra parte, se trata también de alentar la pesquisa del arreglo que sostuvo al sujeto hasta la irrupción del agujero, para remendar esa suplencia y, si es posible, ayudar a construir una versión más consistente.

En las psicosis ordinarias el agujero se manifiesta sólo discretamente. La eficacia de un sinthome como defensa parece innegable. Por eso el trabajo analítico consiste más bien en invitar al sujeto al despliegue de lo que hace problema para localizar allí, con él, elementos que pueden hacer de grapa que anude las tres consistencias, para que se destaquen como puntos de capitón y adquieran relieve. Se trata de que estos elementos obtengan la mayor disponibilidad posible para el psicótico, fomentando su uso y acompañándolo en la puesta a punto de su pragmática. Trayecto en el que será importante cernir también los acontecimientos de cuerpo.

Bajo transferencia significa elegir una opción sin coartadas. Bordear el agujero de saber que sostiene una experiencia analítica significa optar por someter la práctica de todos los días a una determinada orientación. Por esto como analistas no podemos ser eclécticos, ni terapeutas, ni (re)educadores: solamente podemos practicar el psicoanálisis tratando el goce del parlêtre por l’apparole, buscando que una existencia sea posible no sin las vías de algún deseo. Seguir a Lacan en la orientación lacaniana es un acto de transferencia, y como tal un acto de amor.

Cada congreso constituye entonces una ocasión para que la Escuela Una tome contacto con ella misma, un momento de intimidad no exento de alegría. Es un momento para dejarse atrapar por el deseo de hacer Uno con lo múltiple que hizo surgir una asociación mundial; un deseo que encuentra en los congresos ocasión de revitalizarse, a contracorriente de la pulsión de muerte que no necesita renovación porque está siempre activa.

El pase acompaña y nuclea cada Congreso, no solamente para que los miembros de la AMP conozcan su momento actual y sus perspectivas, sino también para que cada congresista pueda ser tocado, alcanzado, por lo que cada AE transmite de la experiencia de un análisis y de su final, obteniendo efectos de formación en relación con el tema propuesto. En el XI Congreso seguiremos aprendiendo lo que el pase enseña sobre el anudamiento con el que un parlêtre se sostiene, la singularidad de las soluciones encontradas, e incluso su labilidad.

Lo que nos interesa examinar son las maneras en que un sujeto inventa un nudo con lo imaginario, lo simbólico y lo real que se sostenga sin el auxilio del Nombre del Padre, bien sea por su no inscripción radical, bien sea por haberlo captado en su ser de semblante.

Pase y psicosis no se podrían pensar sin la invención ya que ella acompaña –tanto como la angustia- el transitar la zona más allá del padre, aunque no más allá del sinthome que es donde un real analítico puede ser captado.

[1] J.-A. Miller y otros, La psicosis ordinaria, Colección ICBA/Paidós, Buenos Aires, 2003.
[2] J. Lacan, “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis”, Escritos 2, Siglo XXI editores, p. 556.
[3] J.-A. Miller, “Habeas Corpus. De Río a Barcelona”, El psicoanálisis nº 29, Madrid 2016, p. 9.
[4] J. Lacan, “La tercera”, Intervenciones y textos 2, ed. Manantial, p. 87.
[5] J. Lacan, El sinthome, Seminario 23, ed. Paidós, Buenos Aires.
[6] J. Lacan, Aún, Seminario 20, ed. Paidós, Buenos Aires.
[7] J. Lacan, “¡Lacan por Vincennes!”, Lacaniana nº 11, Grama ediciones, Buenos Aires, 2011, p. 7.
[8] J.-A. Miller, “Ironía”, Uno por Uno nº 34, Eolia, Barcelona, 1993.
[9] J.-A. Miller, “El inconsciente y el cuerpo hablante”, Scilicet, Buenos Aires, Grama ediciones, 2015, p. 28.
[10] Orientación dada por Jacques-Alain Miller en un intercambio de correos en ocasión de la elección del título del Congreso.
[11] J.-A. Miller, “Efecto retorno en las psicosis ordinarias”, Freudiana nº 58, Barcelona, 2010, p. 16.
[12] J.-A. Miller y otros, Los inclasificables de la clínica psicoanalítica, ICBA/Paidós, Buenos Aires, 1999.
[13] J.-A. Miller, “Efecto retorno sobre la psicosis ordinaria”, Op cit, p. 26.
[14] J. Lacan, “De una cuestión preliminar…”, Op cit, p.558.
[15] Ibid, p. 564.
[16] J.-A. Miller y otros, La psicosis ordinaria, Op cit. 
[17] J.-A. Miller, “Efecto retorno sobre la psicosis ordinaria”, Op cit, p. 17-21.
[18] J. Lacan, “De una cuestión preliminar…”, Op cit, p. 540.
[19] J. Lacan, Las Psicosis, Seminario 3, Paidós, 1984, Buenos Aires, p. 295-305.
[20] J. Lacan, “De una cuestión preliminar”, Op cit, p. 556.

 ______________________________________________


Les psychoses ordinaires et les autres
sous transfert

Anna Aromí, Xavier Esqué

Le terme de psychose ordinaire ne date pas d’hier ; il fait son chemin dans la cité analytique depuis 1998, année où Jacques-Alain Miller l’a inventé et mis en circulation[1].Quand se déroulera le XIe Congrès de l’AMP en 2018, la psychose ordinaire fêtera donc ses vingt ans. Bon moment pour récapituler : qu’en ont appris les psychanalystes, quels usages en ont-ils fait et pourraient-ils encore lui en trouver ?

Le bon moment, c’est aussi ce dont témoigne l’enthousiasme avec lequel a été reçu ce thème proposé pour le Congrès. Le titre – Les psychoses ordinaires et les autres, sous transfert – a la vertu d’interpréter, ou du moins interpeler, un point vif de la clinique psychanalytique actuelle : bout de réel que l’expérience analytique ne cesse de rencontrer. S’engouffrer dans la brèche ouverte par l’enseignement de Lacan – le dernier et l’autre – est ne pas se soustraire à ce réel, proprement analytique. Le Congrès de Rio l’a abordé à partir de l’inconscient et du mystère du corps parlant, celui de Barcelone continuera à le border par l’étude, cette fois, des psychoses ordinaires.

Clinique structurale, clinique du sinthome

À une époque, la psychanalyse s’est soutenue de la solidité d’une clinique structurale qui permettait de répartir les cas en deux champs différenciés : la névrose et la psychose. La perversion laissée de côté, la coupure de cette clinique était nette. La présence ou l’absence du signifiant du Nom-du-Père au lieu de l’Autre[2], traçait la ligne du partage des eaux : d’un côté les uns, de l’autre côté les autres. La primauté du symbolique octroyait au signifiant la prérogative de la différence et de l’ordonnance.

Avec cette clinique du signifiant, binaire et discontinue, Lacan a ordonné le champ analytique laissé par Freud en reportant l’Œdipe freudien au Nom-du-Père lacanien. Plus tard la psychanalyse a enrichi son bagage de ce que Jacques-Alain Miller, lors de la Conférence de Rio, a distingué comme l’inconscient, « constitué que par des éléments de pure logique. »[3], « l’inconscient relève du logique pur »[4], avec la logique du fantasme et l’objet petit a, outils dont la clinique ne saurait désormais se passer, car ils permettent d’établir le champ du sujet et de s’orienter dans ses modes de jouir. C’est à cette clinique que plusieurs générations de psychanalystes se sont formés dans le Champ freudien et au-delà. Mais ce Lacan structuraliste et logique, ayant pour base la prévalence du symbolique sur l’imaginaire et le réel, ne constitue pas son dernier mot. Il y a plus Lacan.

Sur le chemin du réel, Lacan a découvert que pas toute la jouissance se laisse négativer par la signification phallique. La psychanalyse devait lâcher la main du père en tant qu’opérateur unique, pour répondre aux défis d’une praxis qui se doit de contrer le réel[5]. Avec la pluralisation des Noms-du-Père d’abord, puis par la considération de solutions singulières ouverte avec Joyce[6], la fonction du Nom-du-Père perdait son exclusivité comme traitement de la jouissance et devait s’inclure, soit à titre de semblant, soit à titre de symptôme, dans une perspective plus large ; perspective débordant la structure binaire et où le pouvoir de l’ordre symbolique faisant limite au réel de la jouissance se trouvait, littéralement, contre-dit.

On ne passe pas de la structure aux nœuds d’un seul bond. Les moments de l’enseignement de Lacan suivent un fil dont le travail minutieux de Jacques-Alain Miller a articulé la logique dans ses cours de l’Orientation lacanienne. Ici nous abrègerons : les impasses de la jouissance féminine développées dans Encore[7] poussent Lacan à prendre la main de Joyce pour ouvrir son dernier et son tout dernier enseignement. Là, le point de départ est redéfini : dorénavant la névrose sera relue à partir de la psychose et non l’inverse.

La forclusion se généralise alors : forclusion du signifiant de La/ femme pour tout être parlant, forclusion restreinte du signifiant du Nom-du-Père pour la psychose. Si à chacun sa forclusion, à chacun sa solution, ou plus exactement son traitement puisque de solution il n’y a pas. Ce qu’il y a c’est la clinique du sinthome généralisé. D’où l’ironie de Lacan : « tout le monde est fou, c'est-à-dire délirant »[8], ce qui ne signifie pas que nous soyons tous psychotiques mais que « tous nos discours sont une défense contre le réel »[9]. Ce qui veut dire qu’à choisir pour guide la singularité de réponses sinthomatiques, ne nous dispense pas de préciser la différence entre névrose et psychose.

La clinique du sinthome, celle de la gradation et de la singularité, n’annule pas la précédente. Entre la clinique des structures et celle des nœuds il n’y a pas d’opposition : il s’agit de rendre cette tension fructueuse. La singularité des inventions subjectives appelle à une clinique instrumentale et flexible à trouver au jour le jour – reconnaissons-le – dans cette étape balbutiante. C’est cette clinique que « nous apprenons à dire »[10]. C’est un choix éthique.

Le titre du Congrès produit une inversion qui nous sert de guide. Il nous fait constater que les psychoses ordinaires sont passées devant, car c’est là qu’elles se trouvent : devant les praticiens, dans l’expérience quotidienne. Mais si les autres psychoses ne sont plus l’unique référence pour penser le champ de la folie, nous ne pouvons en faire abstraction. Les fondements du cas Joyce[11] se trouvent dans « Une question préliminaire… »

C’est le champ d’investigation qui s’ouvre pour avoir mis au premier plan la jouissance et ses traitements singuliers; ceci implique de devoir reconsidérer, avec le ressort des psychoses ordinaires, la perspective générale de la clinique.

Psychoses ordinaires

Avant d’être un ressort, les psychoses ordinaires se sont présentées comme une zone d’ombre. Avec le déclin du Nom-du-Père et l’ascension de l’objet a au zénith de la civilisation, on constatait dans la pratique analytique une augmentation de cas ne présentant pas les éléments précis et concluants d’une névrose[12]. Cas rares ne paraissant entrer ni dans l’une ni dans l’autre des catégories de la clinique binaire. Ces cas, qui ont d’abord été considérés comme des « inclassables de la clinique psychanalytique »[13], occupaient la zone frontière du binaire structural, en l’élargissant. Une zone d’ombre que Jacques-Alain Miller – à la différence de la catégorie d’état limite ou borderline utilisée à l’IPA – a commencé à éclairer par le terme de « psychose ordinaire », l’ouvrant ainsi à l’élucidation.

La psychose ordinaire n’est donc pas une nouvelle catégorie clinique, mais un appareil épistémique supplémentaire. Les psychoses ordinaires, d’emblée, ne se laissent pas circonscrire. On peut les rencontrer partout, même là où on les attend le moins. Mais elles ne se situent pas dans un no man’s land, ce sont bien des psychoses. Et à les situer dans ce champ, tout l’ensemble s’en trouve interrogé.

Il convient de préciser que les psychoses ordinaires ne dissolvent pas le champ de la névrose mais d’une certaine façon le résolvent, puisqu’elles dégagent la névrose de toute prétendue équivalence avec l’idée de « normalité ». L’idée de normalité n’est plus soutenable dès lors que la norme phallique perd son hégémonie traditionnelle, en se trouvant inclue comme une solution parmi d’autres pour orienter la jouissance. Ainsi ce prédicat ségrégatif, qui n’a jamais pu se prévaloir de Lacan – les normaux sont les névrosés, les autres sont des psychotiques –, n’est plus soutenable d’aucun point de vue.

Les psychoses ordinaires permettent d’élargir l’éventail des solutions possibles au trou forclusif. Dans les psychoses extraordinaires nous avons sous forme de métaphore délirante la réparation du trou, quand celui-ci s’est déjà manifesté par un déclenchement comme irruption du réel ; au contraire, dans les psychoses ordinaires les modalités de réparation se multiplient et se diversifient quand elles sont prises dans leur bizarrerie, avec leurs petites inventions, dans leur radicale singularité. Ces solutions singulières ont en commun la possibilité d’une auto-réparation du trou qui empêche ou diffère son explosion manifeste. Ordinaires ou extraordinaires, nous y rencontrons toujours, les indices d’« un trou, une déviation ou une déconnection qui se perpétue »[14]

Ces indices du trou de la forclusion peuvent être spectaculaires, explosifs, extraordinaires ; dans ce cas ils ne sont pas difficiles à reconnaître par le sujet et son entourage. Mais ils peuvent aussi être discrets, subtils, de sorte qu’ils passent facilement inaperçus du sujet lui-même, de son entourage et surtout du clinicien. Ce n’est que sous transfert que ces signes discrets, en tant que tels, peuvent être localisés.

Le déclenchement d’une psychose, dans la clinique structurale, est l’effet de la mauvaise rencontre avec Un-père qui apparaît « en opposition symbolique au sujet »[15], ce qui provoque un « déchaînement » du signifiant dans le réel[16]. Tandis que ce qu’on appelle les néodéclenchements[17] sont ceux qu’on détecte à partir de quelques points de fuite indiquant de petits débranchements de l’Autre qui produisent une délocalisation de la jouissance. Le déclenchement, néo- ou franc, est alors crucial comme indice du trou forclusif caractérisant toute psychose. Jacques-Alain Miller, dans un texte incontournable pour orienter les travaux du Congrès, propose trois sortes d’externalités : l’externalité sociale, corporelle et subjective[18].

On peut y lire que ce que nous cherchons à saisir avec la psychose ordinaire, ce que Lacan appelle « un désordre provoqué au joint le plus intime du sentiment de la vie chez le sujet »[19]. Ce désordre, véritable indice diagnostique, affecte le sentiment de la vie en tant qu’effet de la non inscription de la signification phallique. Dans les psychoses déclenchées ce désordre est évident, mais qu’en est-il dans les psychoses ordinaires ? C’est ce que – sous transfert – un psychanalyste peut saisir à partir de la présence de quelques signes discrets. Sous transfert signifie grâce à – le transfert étant ce qui permet de les situer –, mais aussi dedans, c'est-à-dire qu’ils se saisissent dans la relation analytique. Il s’agit d’une clinique fine, tissage subtil, qui tient compte de la tonalité et de la gradation, dirigée vers la recherche des effets de la forclusion.

Sous transfert

C’est sous transfert que se réalise la clinique psychanalytique, dans la névrose et dans la psychose, ce qui requiert la présence et l’acte de l’analyste.

Dans la première partie de son enseignement, la position que Lacan propose à l’analyste pour les psychoses est celle de secrétaire de l’aliéné[20]. En premier lieu, il convient au psychanalyste d’écouter qui parle, puisque le message du psychotique provient « d’une parole au-delà du sujet »[21]. Mais ce secrétaire ne se borne pas à prendre acte puisqu’il doit chercher à arrêter la métonymie infinie, ainsi qu’éviter la mauvaise rencontre du psychotique avec son Autre méchant. D’autre part, il s’agit aussi d’encourager la recherche de l’ajustement qui a soutenu le sujet jusqu’à l’irruption du trou, pour ravauder cette suppléance et, si possible, aider à en construire une version plus consistante.

Dans les psychoses ordinaires le trou ne se manifeste que discrètement. L’efficacité d’un sinthome comme défense semble indéniable. C’est pourquoi le travail analytique consiste davantage à inviter le sujet à déplier ce qui fait problème, pour localiser, avec lui, des éléments pouvant faire agrafe qui nouerait les trois consistances, afin qu’ils ressortent comme point de capiton et acquièrent du relief. Il s’agit d’obtenir que ces éléments soient le plus disponibles possible pour le psychotique, en suscitant son usage et en l’accompagnant dans la mise au point de sa pragmatique. Trajet dans lequel il sera également important de cerner les événements de corps.

Mais sous transfert signifie aussi faire un choix sans concession. Border le trou du savoir qui soutient une expérience analytique signifie choisir de soumettre la pratique de chaque jour à une orientation précise. C’est pourquoi, en tant qu’analystes, nous ne pouvons être éclectiques, ni thérapeutes, ni (ré)éducateurs : nous ne pouvons pratiquer la psychanalyse qu’en traitant la jouissance du parlêtre par l’apparole, en tâchant qu’une existence soit possible non sans les voies d’un désir. Suivre Lacan dans l’orientation lacanienne est un acte de transfert, et comme tel un acte d’amour.

Chaque congrès constitue alors une occasion pour que l’École Une prenne contact avec elle-même, un moment d’intimité non dépourvu d’allégresse. C’est un moment pour se laisser rattraper par ce désir de faire Un avec le multiple dont est née une association mondiale ; désir qui dans ces congrès trouve l’occasion de se revitaliser, à contre-courant de la pulsion de mort qui, elle, est toujours active et n’a nul besoin d’être renouvelée.

La passe accompagne chaque congrès et en est le noyau, non seulement pour que les membres de l’AMP connaissent son actualité et ses perspectives, mais aussi pour que chaque congressiste puisse être touché, atteint, par ce que chaque AE transmet de son expérience d’une analyse et de sa fin, en acquérant des effets de formation en relation avec le thème proposé. Au XIe Congrès, nous continuerons à apprendre ce que la passe enseigne du nouage par lequel un parlêtre se soutient, la singularité des solutions rencontrées et même sa labilité.

Ce qui nous intéresse d’examiner, ce sont les façons dont un sujet invente un nœud avec l’imaginaire, le symbolique et le réel qui se soutienne sans l’aide du Nom-du-Père, soit par sa non inscription radicale, soit pour l’avoir saisi en son être de semblant.

Passe et psychose ne pourraient être pensées sans l’invention puisque celle-ci accompagne – ainsi que l’angoisse – le passage à l’au-delà du père, bien que pas au-delà du sinthome qui est là où un réel analytique peut être saisi.

(Traduction: Anne Goalabré avec la relecture de Marie-Jo Asnoun)

[1] Cf. Miller J.-A., La psychose ordinaire, la Convention d’Antibes, Le Paon, Paris, Agalma – Le Seuil, 1999.
[2] Cf. Lacan J., « D’une question préliminaire à tout traitement possible de la psychose », Écrits, Paris, Seuil, 1966.
[3] Miller J.-A., « Habeas corpus, vers Barcelone 2018 », La Cause du désir no 94, octobre 2016, p. 165.
[4] Ibid., p. 165.
[5] Lacan J., « La Troisième », Lacan au miroir des sorcières, La Cause freudienne no 79, octobre 2011, Navarin Editeur, p. 19.
[6] Cf. Lacan J., Le Séminaire, livre XXIII, Le sinthome, Paris, Seuil, 2005.
[7] Cf. Lacan J., Le Séminaire, livre XX, Encore, Paris, Seuil, 1975.
[8] Lacan J., « Transfert à Saint-Denis ? — journal d’Ornicar ? — Lacan pour Vincennes ! » Ornicar ? no 17-18, 1979, p. 278.
[9] Miller, J.-A., « Clinique ironique », La Cause freudienne no 23, février 1993, Paris, Navarin Seuil, p. 8.
[10] Miller J.-A., « L’inconscient et le corps parlant - Présentation du thème du Xe Congrès de l’AMP à Rio en 2016 », Le corps parlant, Sur l’inconscient au XXIe siècle, Scilicet, Collection rue Huysmans, Paris, 2015, p. 28.
[11] Orientation donnée par Jacques-Alain Miller lors d’un échange de courriers à l’occasion du choix du titre du Congrès.
[12] Miller J.-A., « Effet retour sur la psychose ordinaire », Retour sur la psychose ordinaire, Quarto, no 94-95, École de la Cause freudienne, janvier 2009, p. 40-51.
[13] Cf. Miller J.-A., Cas rares : Les inclassables de la clinique, La Conversation d’Arcachon, Le Paon, Paris, Agalma - Seuil, 1997.
[14] Miller J.-A., « Effet retour sur la psychose ordinaire », op. cit., p. 49.
[15] Lacan J., « D’une question préliminaire… », op. cit., p. 577.
[16] Ibid., p. 583.
[17] Cf. Miller J.-A. et autres, La psychose ordinaire, La Convention d’Antibes, op. cit., p. 11- 44.
[18] Miller J.-A., « Effet retour sur la psychose ordinaire », op. cit., p. 45.
[19] Lacan J., « D’une question préliminaire… », op. cit., p. 558.
[20] Lacan J., Le Séminaire, livre III, Les psychoses, Paris, Seuil, 1975, p. 233.
[21] Lacan J., « D’une question préliminaire… », op. cit., p. 574.

 ______________________________________________


As psicoses ordinárias e as outras
sob transferência

Anna Aromí, Xavier Esqué

A psicose ordinária não data de ontem, esse termo abre caminho na cidade analítica desde 1998, ano em que Jacques-Alain Miller o inventou e o colocou em circulação[1]. Na época do XI Congresso da AMP, em 2018, a psicose ordinária terá feito vinte anos. Bom momento para recapitular: o que os psicanalistas aprenderam com ela? Que usos têm lhe dado e quais ainda poderiam lhe dar?

O bom momento é evidenciado também pelo entusiasmo com que foi recebido o tema proposto para o Congresso. As psicoses ordinárias e as outras, sob transferência tem a virtude de interpretar, de interpelar ao menos, algo vivo da clínica psicanalítica atual. O vivo, pedaço de real com o qual a experiência analítica não deixa de se encontrar. Continuar na brecha aberta pelo ensino de Lacan, o último e o outro, é não se furtar a esse real, propriamente analítico. O Congresso de Rio o abordou a partir do inconsciente e o mistério do corpo falante; o Congresso de Barcelona continuará bordejando-o, valendo-se, desta vez, das psicoses ordinárias.

Clínica estrutural, clínica do sinthome

Em certa época, a psicanálise se sustentou na solidez de uma clínica estrutural que permitia distribuir os casos entre dois campos diferenciados: a neurose e a psicose. Deixando de lado a perversão, o corte dessa clínica estrutural era nítido; a presença ou a ausência do significante do Nome do Pai no lugar do Outro[2] era um divisor de águas: de um lado uns, do outro lado os outros. A primazia do simbólico outorgava ao significante o poder da diferença e do ordenamento.

Com essa clínica do significante, binária e descontínua, Lacan ordenou o campo analítico deixado por Freud, conduzindo o Édipo freudiano ao Nome-do-Pai lacaniano. Mais adiante, a psicanálise ampliou sua bagagem com o que Jacques-Alain Miller, na Conferência do Rio, destacou como inconsciente de pura lógica[3], com a lógica da fantasia e o objeto pequeno a, instrumentos dos quais, desde então, a clínica já não poderia prescindir, visto que eles permitem estabelecer o campo do sujeito e orientar-se em seus modos de gozo. Nessa clínica se formaram várias gerações de psicanalistas no Campo freudiano e mais além dele. Porém, esse Lacan estruturalista e lógico, fundamentado na prevalência do simbólico sobre o imaginário e o real, não constitui a sua última palavra. Há mais Lacan.

Em seu caminhar rumo ao real, Lacan constatou que não todo o gozo se deixa negativar pela significação fálica. A psicanálise precisava se soltar da mão do Pai como único operador a responder aos desafios de uma práxis que deve se contrapor ao real[4]. Com a pluralização dos Nomes-do-Pai, primeiramente, e com a consideração das soluções singulares aberta com Joyce[5], num segundo momento, a função do Nome-do-Pai perdia sua exclusividade como tratamento do gozo, devendo ser incluído, seja a título de semblante, seja a título de sintoma, numa perspectiva mais ampla. Uma perspectiva que excedesse a estrutura binária e na qual o poder limitador da ordem simbólica sobre o real do gozo fosse, literalmente, posto sob suspeita.

Não se passa da estrutura para os nós num só pulo. Os momentos do ensino de Lacan estão estendidos como um fio cuja lógica articulou o trabalho minucioso de Jacques-Alain Miller nos cursos da Orientação Lacaniana. Resumindo: os impasses do gozo feminino, desenvolvidos em Mais, ainda[6], levaram Lacan a tomar a mão de Joyce para abrir seu último e ultimíssimo ensinos. Com eles, redesenha-se o ponto de partida: a partir daí a neurose será lida a partir da psicose, e não o contrário.

A foraclusão se generaliza, então: foraclusão do significante de A/mulher para todo ser falante, foraclusão do significante do Nome-do-Pai restrita à psicose. A cada um sua foraclusão, a cada um sua solução; melhor dizendo, a cada um seu tratamento, porque solução não há. O que há é a clínica do sinthome generalizado. Daí a ironia de Lacan: “Todo mundo é louco, ou seja, delirante”[7], o que não significa que sejamos todos psicóticos, mas que “todos os nossos discursos são uma defesa contra o real”[8]. O que quer dizer que tomar como guia a singularidade das respostas sinthomáticas não exime de ter que precisar a diferença entre neurose e psicose.

A clínica do sinthome, da gradação e da singularidade, não anula a anterior. Entre a clínica das estruturas e a clínica dos nós não há oposição: trata-se de tornar essa tensão frutífera. A singularidade das invenções subjetivas convoca uma clínica instrumental e flexível que se encontra hoje – há que se reconhecer – numa fase de balbucio. É essa clínica que estamos aprendendo a dizer[9]. É uma escolha ética.

O título do Congresso produz uma inversão que nos serve de guia. Com ele se constata que as psicoses ordinárias passaram à frente, que é onde se encontram: à frente dos praticantes, na experiência de todos os dias. Porém, se as outras psicoses já não são o referente único para pensar o campo da loucura, não podemos prescindir delas. Em De uma questão preliminar… se encontra o alicerce do caso Joyce[10].

Esse é o campo de investigação que se abre como consequência de colocar em primeiro plano o gozo e seus tratamentos singulares, o que leva a reconsiderar, com o impulso das psicoses ordinárias, a perspectiva geral sobre a clínica.

Psicoses ordinárias

Antes de serem impulsoras, as psicoses ordinárias se apresentaram como uma zona de sombra. Acompanhando o declínio do Nome-do-Pai e a ascensão do objeto a ao zênite da civilização, constatava-se, na prática analítica, um aumento de casos nos quais não se encontravam os elementos precisos e conclusivos de uma neurose[11]. Casos raros que não pareciam entrar em nenhuma das duas categorias da clínica binária. Tais casos, que foram primeiramente considerados “os inclassificáveis da clínica psicanalítica[12], povoavam a zona de fronteira do binário estrutural, ampliando-a. Uma zona de sombra que Jacques-Alain Miller, diferentemente da categoria de estado limite ou borderline utilizada na IPA, começou a iluminar com o termo de “psicose ordinária”, abrindo-a a investigação.

A psicose ordinária não é uma nova categoria clínica, mas um aparato epistémico suplementar. As psicoses ordinárias, antes de mais nada, não se deixam circunscrever: pode-se encontrá-las em todos os lugares, inclusive onde menos se espera. Porém, elas não se encontram na ‘terra de ninguém’; elas são psicoses. Ao localizá-las nesse campo, é todo o conjunto das psicoses que é interrogado.

Convém esclarecer que as psicoses ordinárias não dissolvem o campo da neurose, mas de algum modo o resolvem, já que liberam a neurose de qualquer suposta equivalência com a ideia de “normalidade”. A ideia de normalidade deixa de ser sustentável quando a norma fálica perde a hegemonia de sua tradição ao se encontrar incluída como uma solução entre outras para orientar o gozo. Desse modo, o predicado segregativo, que nunca pôde se apoiar em Lacan, os normais são os neuróticos, os outros são psicóticos não é sustentável sob nenhum ponto de vista.

As psicoses ordinárias permitem ampliar o leque de soluções possíveis para o buraco foraclusivo. Nas psicoses extraordinárias encontramos a reparação do buraco sob a forma da metáfora delirante quando este já se manifestou, desencadeando-se como real que irrompe, ao passo que nas psicoses ordinárias as modalidades de reparação se multiplicam e se diversificam quando consideradas em sua raridade, com suas pequenas invenções, em sua radical singularidade. O que essas soluções singulares têm em comum é a possibilidade de uma auto-reparação do buraco que impede ou adia sua irrupção manifesta. Ordinárias ou extraordinárias, o que encontramos sempre são os índices de “um buraco, um desvio ou desconexão que se perpetua”[13].

Esses índices do buraco da foraclusão podem ser espetaculares, explosivos, extraordinários, e, nesses casos, não são difíceis de serem reconhecidos pelo sujeito e seu entorno. Porém, eles também podem ser discretos, sutis, de modo que passam facilmente despercebidos para o próprio sujeito, para seu entorno e especialmente para o clínico. Somente sob transferência esses signos discretos podem ser localizados como tais.

O desencadeamento de uma psicose, na clínica estrutural, é efeito do mal encontro com Um-Pai, que aparece em oposição simbólica para o sujeito[14], o que provoca um desencadeamento do significante no real[15]. Ao passo que os chamados neodesencadeamentos[16] são aqueles que se localizam a partir de alguns pontos de fuga que indicam pequenos desenlaçamentos do Outro que produzem uma deslocalização do gozo. O desencadeamento, neo ou franco, é crucial como índice do buraco foraclusivo que caracteriza toda psicose. Jacques-Alain Miller, num texto imprescindível para orientar os trabalhos do Congresso, propõe três externalidades para ordenar essa questão: a externalidade social, a corporal e a subjetiva[17].

Podemos ler nesse texto que aquilo que buscamos captar com a psicose ordinária é o que Lacan chama “uma desordem provocada na junção mais íntima do sentimento de vida no sujeito”[18]. Essa desordem, verdadeiro índice diagnóstico, afeta o sentimento de vida enquanto efeito da não inscrição da significação fálica. Nas psicoses desencadeadas essa desordem é evidente; mas, e nas psicoses ordinárias? É isso que, sob transferência, um psicanalista pode captar a partir da presença de alguns signos discretos. Sob transferência significa graças a, sendo a transferência o que permite localizá-los, porém [significa] também dentro de, o que quer dizer que esses signos são captados na relação analítica. Trata-se de uma clínica fina, tecida de sutilezas, que leva em consideração a tonalidade e a gradação, orientada para encontrar os efeitos da foraclusão.

Sob transferência

Sob transferência se realiza a clínica psicanalítica, na neurose e na psicose, o que requer a presença e o ato do analista.

Na primeira parte de seu ensino, a posição que Lacan propõe para o analista nas psicoses é a de secretario do alienado[19]. Em primeiro lugar, ao psicanalista convém escutar quem fala, dado que a mensagem do psicótico provém de uma palavra mais além do sujeito[20]. Porém, esse secretário não se limita a fazer anotações, já que deve procurar interromper a metonímia infinita, assim como evitar o mal encontro do psicótico com seu Outro maligno. Por outro lado, trata-se também de favorecer a pesquisa sobre o arranjo que sustentou o sujeito até a irrupção do buraco, para remendar essa suplência e, se for possível, ajudar a construir uma versão mais consistente.

Nas psicoses ordinárias o buraco se manifesta somente de forma discreta. A eficácia de um sinthome como defesa parece inegável. Por isso, o trabalho analítico consiste em convidar o sujeito a desenvolver o que lhe causa problema para localizar ali, com ele, elementos que podem ter a função de grampo que enode as três consistências, para que se destaquem como pontos de basta e adquiram relevo. Trata-se de que esses elementos obtenham a maior disponibilidade possível para o psicótico, fomentando seu uso e acompanhando-o na regulação de sua pragmática. Trajeto no qual será importante circunscrever também os acontecimentos de corpo.

Sob transferência significa escolher uma opção sem álibis. Bordejar o buraco de saber que sustenta uma experiência analítica significa optar por submeter a prática de todos os dias a uma determinada orientação. Por isso não podemos, como analistas, ser ecléticos, nem terapeutas, nem (re)educadores: podemos somente praticar a psicanálise tratando o gozo do parlêtre pela apparole, buscando que uma existência seja possível não sem as vias de algum desejo. Seguir Lacan na orientação lacaniana é um ato de transferência e, como tal, um ato de amor.

Cada Congresso constitui uma ocasião para que a Escola Una tome contato consigo mesma, um momento de intimidade não isento de alegria. Um momento para se deixar fisgar pelo desejo de fazer Um com o múltiplo que fez surgir uma associação mundial; um desejo que encontra nos Congressos a ocasião de se revitalizar, na contracorrente da pulsão de morte, que não necessita renovação por estar sempre ativa.

O passe acompanha e se encontra no centro de cada Congresso, não somente para que os membros da AMP conheçam seu momento atual e suas perspectivas, mas também para que cada congressista possa ser tocado, alcançado pelo que cada AE transmite da experiência de uma análise e de seu final, obtendo efeitos de formação em relação ao tema proposto. No XI Congresso continuaremos aprendendo o que o passe ensina sobre o enodamento com o qual um parlêtre se sustenta, a singularidade das soluções encontradas, inclusive sua labilidade.

O que nos interessa examinar são os modos pelos quais um sujeito inventa um nó com o imaginário, o simbólico e o real que se sustente sem o auxílio do Nome-do-Pai, seja por sua não inscrição radical, seja por tê-lo captado em seu ser de semblante.

Passe e psicose não poderiam ser pensados sem a invenção, uma vez que ela acompanha – tanto como a angustia − o transitar na zona mais além do Pai, ainda que não mais além do sinthome, que é onde um real analítico pode ser captado.

(Tradução da Pablo Sauce. Revisão da Yolanda Vilela e Frederico Feu)

[1] MILLER, J.-A. A psicose ordinária – A Convenção de Antibes. Belo Horizonte: Scriptum, 2012.
[2] LACAN, J. De uma questão preliminar a todo tratamento possível da psicose. In: Escritos. Rio de Janeiro: Jorge Zahar, 1998, pp. 531-590.
[3] MILLER, J.-A. “Habeas Corpus. De Río a Barcelona”, El psicoanálisis nº 29, Madrid 2016, p. 9.
[4] LACAN, J, “La tercera”, Intervenciones y textos 2, Manantial, p. 87.
[5] LACAN, J. O seminário, livro 23: O sinthoma. Rio de Janeiro: Jorge Zahar, 2005.
[6] LACAN, J. O Seminário, livro 20, Mais, ainda, Rio de Janeiro: Jorge Zahar, 1985.
[7] LACAN, J. “¡Lacan por Vincennes!”, Lacaniana nº 11, Grama ediciones, Buenos Aires, 2011, p. 7.
[8] MILLER, J.-A. Clínica irônica. In: Matemas I. Rio de Janeiro: Jorge Zahar, 1996.
[9] MILLER, J.-A. O inconsciente e o corpo falante. In: Scilicet. São Paulo: EBP-SP, 2016, pp. 19-32.
[10] Orientação dada por Jacques-Alain Miller numa troca de correspondências por ocasião da escolha do título do Congresso.
[11] MILLER, J.-A. Efeito do retorno à psicose ordinária. In: A psicose ordinária, op. cit. pp. 399-427.
[12] MILLER, J.-A. (e outros). Os casos raros, inclassificáveis, da clínica psicanalítica: A Conversação de Arcachon (1997). São Paulo: Biblioteca Freudiana Brasileira, 1998.
[13] MILLER, J.-A. Efeito do retorno à psicose ordinária. In: A psicose ordinária, op cit.
[14] LACAN, J. De uma questão preliminar…, In: Escritos, op cit.
[15] Ibid.
[16] MILLER J.-A. (e outros). A psicose ordinária, op cit.
[17] MILLER, J.-A. Efeito do retorno à psicose ordinária. In: A psicose ordinária, op cit.
[18] LACAN, J. De uma questão preliminar… In: Escritos, op cit.
[19] LACAN, J. O Seminário, livro 3, as psicoses. Rio de Janeiro: Jorge Zahar, 1985.
[20] LACAN, J. De uma questão preliminar. In: Escritos, op cit.

 ______________________________________________


Le psicosi ordinarie e le altre
sotto transfert

Anna Aromí, Xavier Esqué

La psicosi ordinaria non è nata ieri; questo termine si fa strada nella città analitica dal 1998, anno in cui Jacques-Alain Miller l’ha inventato e messo in circolazione.[1] Quando si svolgerà l’XI Congresso dell’AMP, nel 2018, la psicosi ordinaria avrà già compiuto vent’anni. Un buon momento per ricapitolare: che cosa ne hanno tratto gli psicoanalisti, quali usi ne hanno fatto e quali ancora potrebbero trovarne.

Che si tratti di un buon momento lo indica anche l’entusiasmo con cui è stato accolto il tema proposto per il Congresso. Le psicosi ordinarie e le altre, sotto transfert ha la virtù d’interpretare, quanto meno d’interpellare, qualcosa di vivo della clinica psicoanalitica attuale. Qualcosa di vivo, pezzo di reale con cui l’esperienza psicoanalitica non cessa di incontrarsi. Proseguire nella breccia aperta dall’insegnamento di Lacan, l’ultimo e l’altro, significa non sottrarsi a questo reale propriamente analitico. Il Congresso di Rio lo ha affrontato a partire dall’inconscio e il mistero del corpo parlante, quello di Barcellona continuerà a bordarlo, avvalendosi questa volta delle psicosi ordinarie.

Clinica strutturale, clinica del sinthome

C’è stata una fase in cui la psicoanalisi era solidamente supportata dalla clinica strutturale che permetteva la distribuzione dei casi tra due campi differenti: la nevrosi e la psicosi. Lasciando a lato la perversione, il taglio di questa clinica strutturale era netto; la presenza o l’assenza del significante del Nome del Padre nel luogo dell’Altro[2] spartiva le acque: da un lato gli uni e gli altri dall’altro. Il primato del simbolico dava al significante il potere della differenza e dell’ordinamento.

Con questa clinica del significante, binaria e discontinua, Lacan ha ordinato il campo analitico lasciato da Freud, portando l’Edipo freudiano al Nome del Padre lacaniano. In seguito la psicoanalisi ha ampliato il suo bagaglio con ciò che, nella conferenza di Rio, Jacques-Alain Miller ha isolato come inconscio di pura logica,[3] con la logica del fantasma e l’oggetto a, strumenti di cui la clinica non saprebbe prescindere perché consentono di individuare il campo del soggetto e di orientarsi nei suoi modi di godere. Varie generazioni di psicoanalisti si sono formate con questa clinica, nel Campo freudiano e al di là. Però questo Lacan, strutturalista e logico, basato sulla prevalenza del simbolico sull’immaginario e sul reale, non è la sua ultima parola. C’è anche dell’altro Lacan.

Nel suo cammino verso il reale Lacan ha trovato che non tutto il godimento si lascia negativizzare dalla significazione fallica. La psicoanalisi doveva lasciare la mano del padre come unico operatore per rispondere alle sfide di una prassi che deve “contrastare” il reale.[4] Con la pluralizzazione dei Nomi del Padre, prima, e con la considerazione delle soluzioni singolari aperta da Joyce[5] poi, la funzione del Nome del Padre perdeva l’esclusiva come trattamento del godimento e doveva essere incluso, come sembiante o come sintomo, in una prospettiva più ampia. Una prospettiva che oltrepassava la struttura binaria e dove il potere di limite dell’ordine simbolico sul reale del godimento restava, letteralmente, inter-detto.

Non si passa dalla struttura ai nodi con un salto. I diversi momenti dell’insegnamento di Lacan sono collegati da un filo la cui logica è stata articolata dal lavoro minuzioso di Jacques-Alain Miller nei suoi corsi dell’Orientamento Lacaniano. Abbreviando: le impasse del godimento femminile, dispiegati in Ancora,[6] spingono Lacan a prendere la mano di Joyce aprendo così il suo ultimo e l'ultimissimo insegnamento. Con questi si ridisegna il punto di partenza: da lì in poi la nevrosi si leggerà a partire dalla psicosi e non il contrario. La forclusione, allora, diventa generalizzata: forclusione del significante di La/donna per ogni essere parlante, forclusione limitata del significante del Nome del Padre per la psicosi. Se a ciascuno la sua forclusione, a ciascuno la sua soluzione; o meglio, il suo trattamento, perché non c’è la soluzione. Ciò che c’è, è la clinica del sinthomo generalizzato. Da qui l’ironia di Lacan: “ tutto il mondo è folle, cioè, delirante”,[7] che non significa che siamo tutti psicotici ma che “tutti i nostri discorsi sono una difesa contro il reale”.[8] Questo vuol dire che prendere come riferimento la singolarità di risposte sinthomatiche non dispensa dal precisare la differenza tra nevrosi e psicosi.

La clinica del sinthomo, quella della gradazione e della singolarità non cancella la precedente. Tra la clinica delle strutture e quella dei nodi non c’è opposizione: si tratta di far fruttare questa tensione. La singolarità delle invenzioni soggettive richiama a una clinica strumentale e flessibile che oggi si trova – bisogna ammetterlo – in una fase farfugliante. È questa la clinica che dobbiamo saper dire.[9] È una scelta etica.

Il titolo del Congresso produce un’inversione che ci serve come riferimento. Con esso si constata che le psicosi ordinarie sono passate in primo piano, è lì che si trovano: davanti ai praticanti, nell’esperienza di tutti i giorni. Le altre psicosi non sono più il riferimento unico per pensare il campo della follia, ma ciò nonostante non possiamo prescindere da queste. In Una questione preliminare… si trovano le fondamenta del caso Joyce.[10]

Questo è il campo di ricerca che si apre per aver messo in primo piano il godimento e i suoi trattamenti singolari. Ciò comporta dover riconsiderare la prospettiva generale della clinica, a partire dal ricorso alle psicosi ordinarie.

Psicosi ordinarie

Prima di diventare un ricorso le psicosi ordinarie si sono presentate come una zona d’ombra. Insieme al declino del Nome del Padre e all’ascesa dell’oggetto a allo zenit della civiltà, nella pratica analitica si verificava un aumento dei casi in cui non si trovavano gli elementi precisi e decisivi di una nevrosi.[11] Si trattava di casi rari che non sembravano rientrare in nessuna delle due categorie della clinica binaria. Questi casi, considerati inizialmente “inclassificabili della clinica psicoanalitica”,[12] popolavano la zona di frontiera del binario strutturale, allargandola. Una zona d’ombra che Jacques-Allain Miller – diversamente dall’utilizzo della categoria di stato limite o borderline fatto dall’IPA – ha cominciato a illuminare con il termine “psicosi ordinaria”, aprendo le porte della ricerca.

La psicosi ordinaria non è dunque una nuova categoria clinica ma un apparato epistemico supplementare. Le psicosi ordinarie, inizialmente, non si lasciano circoscrivere, si possono trovare ovunque, anche dove meno ce le si aspetta. Però non sono terra di nessuno, sono psicosi. E collocandole in questo campo tutto l’insieme viene messo in questione.

È bene chiarire che le psicosi ordinarie non dissolvono il campo delle nevrosi, ma in qualche maniera lo risolvono, poiché separano la nevrosi da ogni supposta equivalenza con l’idea di “normalità”. L’idea di normalità non è più sostenibile dal momento in cui la norma fallica ha perso l’egemonia della sua tradizione trovandosi inclusa come una soluzione tra le altre possibili per orientare il godimento. In questo modo, il predicato segregativo, a cui Lacan non ha mai aderito, i normali sono i nevrotici, gli altri sono psicotici, non è sostenibile da nessun punto di vista.

Le psicosi ordinarie permettono di ampliare il ventaglio delle soluzioni possibili al buco forclusivo. Nelle psicosi straordinarie troviamo la riparazione del buco con la metafora delirante quando si è già manifestato scatenandosi come reale che irrompe, mentre nelle psicosi ordinarie, le modalità di riparazione si moltiplicano e differiscono fra loro, colte nella loro rarità, con le loro piccole invenzioni, nella loro radicale singolarità. Queste soluzioni singolari hanno in comune la possibilità di effettuare un’auto-riparazione del buco che impedisce o differisce la manifestazione del suo scatenamento. Ordinarie o straordinarie, ritroviamo sempre gli indicatori di “un buco, una deviazione o una disconnessione che si perpetua”.[13]

Questi indicatori del buco della forclusione possono essere spettacolari, clamorosi, straordinari; in questo caso non sono difficili da riconoscere, né per il soggetto, né per suo ambiente. Essi però possono anche essere discreti, sottili e così passare facilmente inosservati per il soggetto e gli altri e, soprattutto, per il clinico. Soltanto sotto transfert questi segni discreti possono essere localizzati come tali.

Lo scatenamento di una psicosi, nella clinica strutturale, è l’effetto di un cattivo incontro con Un-padre che si presenta al soggetto in un’opposizione simbolica[14] che provoca lo scatenamento del significante nel reale.[15] Diversamente, i cosiddetti neo-scatenamenti[16] vengono individuati a partire da alcuni punti di fuga che indicano piccoli sganciamenti dall’Altro che producono una delocalizzazione del godimento. Lo scatenamento, neo o franco, risulta dunque cruciale in quanto indice del buco forclusivo caratteristico di ogni psicosi. Jacques-Alain Miller, in un testo che sarà imprescindibile per orientare i lavori del Congresso, propone tre esternalità per ordinare questa questione: l’esternalità sociale, quella corporea e quella soggettiva.[17]

In questo testo si può leggere che ciò che cerchiamo di cogliere con la psicosi ordinaria è ciò che Lacan chiama “un disordine provocato nella più intima giuntura del sentimento della vita nel soggetto”.[18] Questo disordine, vero indice diagnostico, affetta il sentimento della vita in quanto è un effetto della non iscrizione della significazione fallica. Nelle psicosi scatenate questo disordine è evidente, ma cosa succede nelle psicosi ordinarie? È ciò che, sotto transfert, uno psicoanalista può captare a partire dalla presenza di alcuni segni discreti. Sotto transfert significa grazie a, giacché il transfert è ciò che permette di localizzarli, ma significa anche dentro di, ossia che essi si colgono nel rapporto analitico. Si tratta di una clinica fine, intessuta da sottigliezze, che tiene in conto la tonalità e la gradazione, che mira a trovare gli effetti della forclusione.

Sotto transfert

Sotto transfert si svolge la clinica psicoanalitica, nella nevrosi e nella psicosi, cosa che richiede la presenza e l’atto dell’analista.

Nella prima parte del suo insegnamento, la posizione che Lacan propone per l’analista nelle psicosi è quella di segretario dell’alienato.[19] In primo luogo, allo psicoanalista conviene ascoltare chi parla, considerato che il messaggio dello psicotico proviene da una parola al di là del soggetto.[20] Ma il segretario non si limita a prendere nota, giacché deve tentare di arrestare la metonimia infinita, così come deve evitare il cattivo incontro dello psicotico con il suo Altro maligno. D’altra parte, si tratta anche di incoraggiare la ricerca dell’assetto che ha sostenuto il soggetto fino all’irruzione del buco, per rattoppare tale supplenza e, se è possibile, aiutare a costruire una versione più consistente.

Nelle psicosi ordinarie il buco si manifesta solo in modo discreto. L’efficacia di un sinthomo come difesa sembra innegabile. Di conseguenza il lavoro analitico consiste piuttosto nell’invitare il soggetto a parlare di ciò che fa problema per localizzare lì, con lui, elementi che possano fare da graffa e annodare le tre consistenze, affinché si evidenzino come punti di capitone e acquistino rilievo. Si tratta di far sì che questi elementi ottengano la maggiore disponibilità possibile per lo psicotico, fomentando il loro uso e accompagnandolo nella messa a punto della sua pragmatica. Tragitto nel quale sarà importante cogliere anche gli eventi di corpo.

Sotto transfert significa scegliere un’opzione senza alibi. Bordare il buco di sapere che sostiene un’esperienza analitica significa optare per sottomettere la pratica di tutti i giorni a un determinato orientamento. Perciò come analisti non possiamo essere eclettici, né terapeuti, ne (ri)educatori: possiamo solamente praticare la psicoanalisi trattando il godimento del parlessere attraverso l’apparole, cercando di far sì che un’esistenza sia possibile non senza le vie di un qualche desiderio. Seguire Lacan nell’orientamento lacaniano è un atto di transfert, e come tale un atto d’amore.

Ogni congresso costituisce quindi un’occasione perché la Scuola Una prenda contatto con se stessa, un momento d’intimità non esente da allegria. È un momento per lasciarsi catturare dal desiderio di fare Uno con il molteplice che ha fatto sorgere un’associazione mondiale; un desiderio che nei congressi trova occasione di rivitalizzarsi, controcorrente rispetto alla pulsione di morte che non necessita di rinnovamento perché è sempre attiva.

La passe accompagna ed è il nucleo di ogni Congresso, non solamente perché i membri dell’AMP ne conoscano il momento attuale e le prospettive, ma anche perché ogni congressista possa essere toccato, raggiunto, da ciò che ogni AE trasmette dell’esperienza di un’analisi e della sua fine, ottenendo effetti di formazione in relazione al tema proposto. Nell’XI Congresso continueremo a imparare ciò che la passe insegna sull’annodamento su cui un parlessere si sostiene, la singolarità delle soluzioni trovate, e anche la loro debolezza.

Ci interessa prendere in esame i modi con cui un soggetto inventa un nodo con l’immaginario, il simbolico e il reale, che si sostenga senza l’ausilio del Nome del Padre, sia per la sua radicale non inscrizione, sia per averlo colto nel suo essere di sembiante.

Passe e psicosi non si potrebbero pensare senza l’invenzione, giacché essa accompagna – come l’angoscia – il transito verso la zona al di là del padre, ma non al di là del sinthomo, che è là dove si può cogliere un reale analítico.

(Traduzione di Stefano Avedano, Isabel Capelli e Silvia Cimarelli, rivisto per Juliana Zani e María Laura Tkach) 

[1] J-A Miller (a cura di), La Psicosi ordinaria. La convenzione di Antibes, Astrolabio, Roma 2000.
[2] J. Lacan, Una questione preliminare ad ogni possibile trattamento della psicosi, Einaudi, Torino 2002, p. 571.
[3] J.A. Miller, Habeas Corpus. Da Rio a Barcellona,
[4] J. Lacan, La terza, La Psicoanalisi n. 12, Astrolabio, Roma 1993, p. 21.
[5] J. Lacan, Il Seminario, Libro XXIII, Il Sinthomo (1975-1976), Astrolabio, Roma 2006.
[6] J. Lacan, Il Seminario, Libro XX, Ancora (1972-1973), Einaudi, Torino 2011.
[7] J. Lacan, Forse a Vincennes, La Psicoanalisi n. 21, Astrolabio, Roma 1997.
[8] J-A Miller, Clinica ironica, in I paradigmi del godimento, Astrolabio, Roma 2001, p. 210.
[9] J-A Miller, L’inconscio e il corpo parlante, in Scilicet, Il corpo parlante, Sull’inconscio nel secolo XXI, Alpes, Roma 2016, p. XXVII.
[10] Orientamento dato da Jacques-Alain Miller in uno scambio di corrispondenza in occasione della scelta del titolo del Congresso.
[11] J.-A. Miller, Effetto di ritorno sulla psicosi ordinaria, La Psicoanalisi n. 45, Astrolabio, Roma 2009.
[12] J.-A. Miller e altri, La conversazione di Arcachon. Casi rari: gli inclassificabili della clínica, Astrolabio, Roma 1999.
[13] J.-A. Miller, Effetto di ritorno sulla psicosi ordinaria cit., p. 245.
[14] J. Lacan, Una questione preliminare...cit., p. 573.
[15] Ibid, p. 579.
[16] J.-A. Miller (a cura di), La psicosi ordinaria. La conversazione di Antibes cit.
[17] J.-A. Miller, Effetto di ritorno sulla psicosi ordinaria cit, p. 236-240.
[18] J. Lacan, Una questione preliminare…cit., p. 555.
[19] J. Lacan, Il Seminario, Libro III, Le Psicosi (1955-1956), Einaudi, Torino 2010, p 236-244.
[20] J. Lacan, Una questione preliminare… cit., p. 570.

______________________________________________


The Ordinary Psychoses and the Others
under transference

Anna Aromí, Xavier Esqué

Ordinary psychosis has been around for some time. This term first made its way into the analytical city in 1998, the year that Jacques-Alain Miller invented it and put it into circulation[1]. When the 11th Congress of the WAP is held in 2018, ordinary psychosis will be twenty years old. It is a good moment to take stock: what have psychoanalysts learned from it, to what uses has it been put, and what might there still be to discover from it?

That the moment is felicitous is also indicated by the enthusiasm with which the Congress’s proposed theme has been received. “The Ordinary Psychoses and the Others, Under Transference” has the virtue of interpreting, or at least questioning, a vital aspect of the current psychoanalytic clinic. It is something alive, a piece of the real which the analytic experience does not cease encountering. To continue the work opened up by Lacan's teaching, the last and the other, is to refuse to draw back from this properly analytical real. The Rio Congress approached it from the perspective of the unconscious and the mystery of the speaking body. The Barcelona Congress will continue to follow its trace, this time with the help of the ordinary psychoses.

Structural clinic, clinic of the sinthome

For a whole era, psychoanalysis was based on the solidity of a structural clinic that allowed cases to be distributed between two distinct fields: neurosis and psychosis. Leavingperversion to one side, the dividing line operating in this structural clinic was clear-cut: the presence or absence of the signifier of the Name of the Father in the place of the Other[2] divided the waters - on one side, the ones, on the other side, the others. The primacy of the symbolic granted the signifier the power of difference and order.

With this clinic of the signifier, binary and discontinuous, Lacan ordered the analytic field left to us by Freud, reducing the Freudian Oedipus to the Lacanian Name of the Father. Psychoanalysis subsequently expanded its range with what Jacques-Alain Miller, at the Rio Conference, highlighted as an unconscious of pure logic[3], with the logic of the fantasy and the object little a, tools that the clinic can no longer do without, because they allow it to establish the field of the subject and orientate itself in its modes of enjoyment. Several generations of psychoanalysts of the Freudian Field and beyond were formed in this clinic. But this period of Lacan’s teaching, which is both structuralist and logical, based on the prevalence of the symbolic over the imaginary and the real, is not his last word. There is more Lacan.

On his way to the real, Lacan found that not all enjoyment is negativized by phallic signification. Psychoanalysis had to let go of the hand of the father as the only operator in order to respond to the challenges of a praxis that has to "counter" the real[4]. First with the pluralization of the Names of the Father and then with the consideration of the singular solutions opened with Joyce[5], the function of the Name of the Father lost its exclusivity as a treatment of enjoyment and should be included, whether as a semblant or as a symptom, in a broader perspective. A perspective that overflowed the binary structure and where the limiting power of the symbolic order on the real of enjoyment was, literally, inter-dicted [entre-dicho].

One does not go from structure to the knots in a single jump. The moments of Lacan's teaching are strung along a thread whose logic has been articulated by the meticulous work of Jacques-Alain Miller in the courses of the Lacanian Orientation. Here we will abbreviate: the impasses of feminine enjoyment, developed in Encore[6], pushed Lacan to take the hand of Joyce in opening his late and very late teaching. Here the starting point is redrawn: from then on the neurosis will be read from psychosis and not the other way around.

Foreclosure is then generalized: foreclosure of the signifier of (the) woman for all speaking-beings, restricted foreclosure of the signifier of the Name of the Father for psychosis. If each has its foreclosure, then each has its solution, or rather its treatment, since there is no solution. There is only the generalized clinic of the sinthome. Hence Lacan’s irony: "everyone is mad, that is, delusional"[7], which does not mean that we are all psychotic, but that "all our discourses are a defence against the real."[8] This means that takingthe singularity of sinthomatic responses as our guide does not exempt us from specifying the difference between neurosis and psychosis.

The clinic of the sinthome, the clinic of degrees and of singularity, does not cancel the earlier clinic. Between the clinic of structures and that of the knots there is no opposition: it is a question of making this tension fruitful. The singularity of subjective inventions calls for an instrumental and flexible clinic that today is still (we must acknowledge) at the babbling stage. It is this clinic that we are learning to speak about.[9] It is an ethical choice.

The title of the Congress produces a reversal that serves as a guide. It shows that the ordinary psychoses have now come to the fore, which is where we find them: before practitioners, in their daily experience. But although the other psychoses are no longer the only reference with which to think the field of madness, we cannot do without them. The foundations for the Joyce case can be found in “On a Question Prior to Any Possible Treatment of Psychosis”[10].

This is the field of research that is opened up as a result of having put enjoyment and its singular treatments in the foreground. This implies a reconsideration of the general perspective of the clinic, with the resource offered by the ordinary psychoses.

Ordinary psychoses

Before becoming a resource, ordinary psychoses appeared as a shadow zone. Accompanying the decline of the Name of the Father and the ascent of the object a to the zenith ofcivilization, analytic practice has witnessed an increase of cases in which we do not find precise and conclusive elements of a neurosis[11]. Rare cases that did not seem to fit into either of the categories of the binary clinic. These cases, which were initially considered to be "unclassifiable [cases] of the psychoanalytic clinic"[12], populated the border zone of the structural binary, widening it. A shadow zone that Jacques-Alain Miller began to illuminate with the term "ordinary psychosis" (as opposed to the borderline categoryused in the IPA), opening it up to investigation.

Ordinary psychosis is therefore not a new clinical category but rather a supplementary epistemic device. The ordinary psychoses, from the beginning, are not circumscribed, they can be found everywhere, even where they are least expected. But they are not in no man's land, they are psychoses. And placing them in this field throws the whole grouping of psychosis into question.

It is necessary to clarify that the ordinary psychoses do not dissolve the field of neurosis but somehow resolve it, since they rid neurosis of any supposed equivalence with the idea of "normality". The idea of normality is no longer sustainable when the phallic norm has lost the hegemony of its tradition and is instead included as one more among othersolutions orienting enjoyment. Thus, the segregative claim, which can in no way look to Lacan’s teaching for support, that neurotics are the normal ones and the others are psychotic is not sustainable from any point of view.

The ordinary psychoses allow for a widening of the range of possible solutions for the hole of foreclosure. In the extraordinary psychoses, we find the repair of the hole in the form of a delusional metaphor when it has already manifested itself, triggering in the form of a real that erupts, whereas in the ordinary psychoses the modes of repair multiply and diversify when taken in their rarity, with their small inventions, in their radical singularity. What these singular solutions have in common is the possibility of a do-it-yourself repairing of the hole that prevents or defers its manifest outbreak. Whether ordinary or extraordinary, what we always find are the indices of "a hole, a deviation or a disconnection perpetuating itself."[13]

These indices of the hole of foreclosure may be spectacular, explosive, extraordinary, in which case they are not difficult to recognize by the subject and those around him. But they can also be discreet, subtle, in a manner that easily goes unnoticed by the subject himself, by those around him and above all by the clinician. Only under transference can these discreet signs be located as such.

The triggering of a psychosis, in the structural clinic, is the effect of a bad encounter with the One-father who appears in symbolic opposition to the subject[14], which provokes an unleashing of the signifier in the real[15]. While the so-called neo-triggerings[16] are those that are located on the basis of certain points of slippage that indicate small disengagements from the Other, producing a delocalisation of enjoyment. The triggering, whether neo- or patent, is then crucial as an index of the hole of foreclosure that characterizes all psychosis. Jacques-Alain Miller in a text that will be essential to orient the work of the Congress, proposes three externalities to organize this question: the social externality, the bodily externality, and the subjective externality[17].

In this text, we can read that what we seek to grasp with ordinary psychosis is what Lacan calls "a disturbance that occurred at the inmost juncture of the subject’s sense of life"[18]. This disturbance, a true diagnostic index, affects the feeling of being alive as an effect of the non-inscription of phallic signification. In the triggered psychoses, this disorder is evident, but in the ordinary psychoses? It is this that, under transference, a psychoanalyst can grasp from the presence of some discrete signs. Under transference means thanks to, given that it is transference that allows one to locate them, but also within, which is to say that they are grasped in the analytical relation. It is a subtle clinic, woven with finesse, which considerstonality and degree, one that aims at locating the effects of foreclosure.

Under transference

In both neurosis and psychosis, the psychoanalytic clinic is put into play under transference, which requires the presence and the act of the analyst.

In the first part of his teaching, the position that Lacan proposes for the analyst in psychosis is that of the secretary to the insane[19]. In the first instance, the psychoanalyst has to listen to the one who is speaking, given that the message of the psychotic comes from a “speech beyond the subject”[20]. But this secretary does not simply take minutes since he must try to put a stop to the infinite metonymy, as well as avoiding the bad encounter of the psychotic with his malignant Other. On the other hand, it is also a matter of encouraging the investigation of the arrangement that sustained the subject until the irruption of the hole, in order to mend that supplementary device and, if possible, to help build a more consistent version.

In the ordinary psychoses, the hole only manifests itself discreetly. The effectiveness of a sinthome as a defence seems undeniable. That is why the analytical work consists rather in inviting the subject to elaborate the nature of the problem in order to locate there, with him, the elements that can act as staples that knot the three consistencies together, so that they stand out as quilting points, and acquire prominence. It is a question of placing these elements as far as possible at the disposal of the psychotic, encouraging their use and accompanying him in the development of a pragmatic solution. A trajectory in which it will also be important to find a place for the events of body.

Under transference means choosing an option without alibis. Tracing the edge of the hole in knowledge that sustains an analytic experience means choosing to submit daily practice to a particular orientation. For this reason, we cannot as analysts be eclectics, therapists or (re-) educators: we can only practice psychoanalysis by treating the jouissance of the parlêtre with l'apparole, seeking the possibility of an existence that is not without the pathway of some desire. Following Lacan in the Lacanian orientation is an act of transference, and as such an act of love.

Each Congress is an opportunity for the School One to come together, a moment of intimacy that is not without joy. It is time to get caught up in the desire to make One with the multiple that gave rise to a worldwide association; a desire that finds, in these Congresses, an opportunity to renew itself, against the current of the death drive that does not need to be renewed since it is always active.

The pass accompanies and provides a focus for each Congress, not only so that the members of the WAP can take the pulse of the present moment and its perspectives, but also so that each delegate can be touched, reached, so that each AE conveys the experience of an analysis and of its end, obtaining effects of formation in relation to the proposed theme. At the 11th Congress we will continue learning what the pass teaches us about the knotting with which a parlêtre sustains itself, the singularity of the solutions found, and even their lability.

What we are interested in examining are the ways in which a subject invents a knot with the imaginary, the symbolic and the real that is sustained without the aid of the Name of the Father, either because of its radical non-inscription, or because it has been grasped in its being of semblance.

Pass and psychosis could not be thought without invention since invention – as well as anguish – accompanies the transit through the zone beyond the father, although not beyond the sinthome, which is where an analytic real can be grasped.

(Translated by Philip Dravers in collaboration with María Cristina Aguirre and Roger Litten)

[1] J.-A. Miller et al, La Psychose ordinaire, La Convention d’Antibes, Agalma-Seuil, 1999.
[2] J. Lacan, “On a Question Prior to Any Possible Treatment of Psychosis”, Écrits, p. 465.
[3] J.-A. Miller, “Habeas Corpus”,
[4] J. Lacan, “La Troisième". Lettres de l’Ecole Freudienne, 1975, (also available online).
[5] J. Lacan, The Seminar of Jacques Lacan, Book XXIII: The Sinthome, Cambridge, Polity, 2016.
[6] J. Lacan, The Seminar of Jacques Lacan, Book XX: Encore, London & New York, Norton, 1998.
[7] J. Lacan, “There are Four Discourses”, Culture/Clinic, 1 (2013), p. 3.
[8] J.-A. Miller, “Ironic Clinic”, Psychoanalytical Notebooks, 7 (2001), p. 9.
[9] J.-A. Miller, “The Unconscious and the Speaking Body”, Hurly-Burly 12 (2015), p. 126.
[10] Orientation given by J.-A. Miller in an exchange of emails concerning the choice of title for the Congress.
[11] J.-A. Miller, “Ordinary Psychosis Revisited”, Psychoanalytical Notebooks, 26 (2013), p. 36.
[12] J.-A. Miller et al, “The Conversation of Arcachon: Parts 1-3”, Psychoanalytical Notebooks, 26 (2013), p.61.
[13] J.-A. Miller, “Ordinary Psychosis Revisited”, op. cit. p. 47 (translation modified).
[14] J. Lacan, “A Question Prior…”, op. cit., p. 481.
[15] Ibid., p. 459.
[16] J.-A. Miller et al, La Psychose ordinaire, La Convention d’Antibes, op. cit.
[17] J.-A. Miller, “Ordinary Psychosis Revisited”, op. cit., p. 42-45.
[18] J. Lacan, “A Question Prior…”, p. 466.
[19] J. Lacan, The Seminar of Jacques Lacan, Book III, The Psychoses, p. 206-213.
[20] J. Lacan, “A Question Prior…”, op. cit., p. p. 479

Nenhum comentário: