1 de abril de 2015

LA TEORIA DEL TODO de James Marsh, por Irene Domínguez




Quisiera compartir en estas líneas algunas preguntas que me surgieron a propósito del estatuto del cuerpo en psicoanálisis al ver la película La teoría del Todo de James Marsh, basada en la vida y obra de uno de los científicos más importantes del siglo XX, el doctor Stephen William Hawking.

Hawking dedicó su vida a buscar una única ecuación, sencilla y elegante que pudiera explicar las fuerzas que actúan en el Universo y poder así determinar su origen. Su obra consta de dos grandes momentos: el primero es el resultado de su tesis doctoral en Cambridge. En ésta toma las ideas del matemático Roger Penrose sobre la naturaleza de los agujeros negros. Penrose plantea que las estrellas van colapsando poco a poco, se van contrayendo hasta llegar a un punto final que llama la singularidad espacio-temporal en donde tiempo y espacio se detienen. Hawking usará la teoría de los agujeros negros para aplicarla a todo el Universo. De este modo plantea que si la teoría de la relatividad es correcta y el Universo se expande infinitamente, se podría invertir el proceso para ver que pasó al principio del tiempo. 

De ahí deduce que el Universo nace de un agujero negro que explosiona hasta conseguir una singularidad espacio-temporal. Tras presentar su tesis doctoral de la cual sus profesores destacan, junto a su genialidad, que está llena de agujeros, de muchas más preguntas que respuestas y que carece de demostración matemática, decide proseguir sus estudios para poder demostrarla.

Pero su obra sufrirá un giro fundamental: la necesidad de tener en cuenta, junto a las leyes de la relatividad, la teoría cuántica -esa que rige las leyes de los cuerpos minúsculos- manda su hipótesis inicial al garete. Se produce allí una colisión, puesto que ambas son leyes fundamentalmente distintas. También plantea que los agujeros negros no lo son del todo, siempre fallan, que de tanto en tanto desprenden materia. Ese fallo tira por tierra la idea creacionista del Universo y entonces se decanta hacia la idea de un caos sin Dios ni orden, en donde el Universo aparece como algo ilimitado.

La película es una hermosa ficción sobre su vida, y la interrogación que me despertó fue precisamente sobre el cuerpo. ¿Qué cuerpo tiene o es Stephen William Hawking? Y pensaba también en su sinthome, su solución, la naturaleza de su saber-hacer.

El joven Hawking llega a Cambridge para realizar su doctorado en física, pero no sabe bien qué tema proponer para su tesis. La retrasa, le da vueltas, duda… En esas está cuando, acabando de conocer a la mujer que compartirá su vida, tiene una caída, se desploma. Sale del hospital con un diagnóstico funesto: Atrofia muscular gradual, una enfermedad neurológica que progresivamente va matando las neuronas que dan las órdenes para el movimiento del cuerpo. En poco tiempo no podrá andar, hablar, tragar o respirar. Su cerebro seguirá intacto, puesto que no está afectado, solo que en poco tiempo nadie va a saber lo que piensa. La sentencia del médico es rotunda: la esperanza de vida son dos años.

El tiempo por tanto será el tema de su tesis doctoral, es el tiempo que él no tiene. Inicia una carrera contra reloj que dicta su cuerpo convertido en un agujero negro. Pensaba que ahí, frente a lo real del diagnóstico, frente al Un-cuerpo, él justamente responde con la búsqueda sobre el tiempo, sobre el principio del tiempo. Hawking se mete de lleno en el misterio, y esa aventura que él emprende es su tratamiento de eso oscuro que absorbe, que aspira, que amenaza con devorarlo. Me recordó la advertencia de Lacan sobre que no había que romperse la cabeza con la pregunta sobre el origen del lenguaje, que en sí misma es una pregunta imposible y enloquecedora. Pues bien, de algún modo, Hawking emprende la búsqueda sobre el origen y más que responderla, hace con ella su solución. Por el lado de su investigación lo que encontramos son cosas que me parece resuenan bien con el psicoanálisis. Un primer momento creacionista, en donde ubica un punto de capitón en una forma concéntrica y armónica, una suerte de metáfora científica de la existencia de Dios. Y luego, a partir de ahí, todo un desmontaje de esa hipótesis en donde la imposibilidad del origen da cuenta de un Universo caótico, sin límites y lleno de posibilidades. Ese desmontaje va acorde a la necesidad de coexistencia de dos teorías que funcionan con leyes que no logran converger entre sí: las leyes de la relatividad –que sirven para explicar lo macro- y las de la física cuántica –que rigen lo micro. Leyes por tanto de naturaleza distintas.

Encontré ciertas resonancias entre el camino de Hawking y el del psicoanálisis: la primera teoría como la del Nombre del Padre construida a partir de las leyes del lenguaje, y luego, más allá, su desmontaje, llegando a la idea de un caos ilimitado que me evocó una hermosa imagen de la lalengua. Y es que el gran misterio que guarda un Universo en donde cohabitan sin posibilidad de armonizar la teoría cuántica con la de la relatividad, es un bello símil de cómo el lenguaje y la pulsión coexisten en el parlêtre.

Por eso me pareció que la historia de este hombre guarda el misterio de cómo él mismo, avanzando contra él mismo, va agujereando el saber, va paulatinamente consintiendo al no-saber y dándole forma a su saber-hacer con la existencia. El saber-hacer no es tanto un saber como un hacer con la imposibilidad de saber todo. ¿Qué cuerpo tiene Hawking? De entrada es un cuerpo sentenciado por una muerte próxima y al parece inminente. Un cuerpo especialmente mortal que progresivamente se paraliza y que solamente tiene intactas dos partes muy interesantes: la cabeza y el sexo. Al respecto Stephen le dice a su amigo: “no, esa no está afectada, funciona automáticamente”. Sus tres hijos son la prueba irrefutable. Y él hace de ese cuerpo real una singularidad espacio-temporal determinada, es decir, un modo singular de tenerlo que no se limita a un uso estándar del mismo. Su ansia por explicar el mundo en clave temporal me parece que responden muy bien al tratamiento que él mismo hace para apropiarse del cuerpo, así como su modo de relacionarse con las mujeres, pues es alguien que las ama, que nada a sus anchas en el goce femenino. Como resultado de su sinthome –que podríamos también llamar su singularidad espacio-temporal-, tenemos una aportación a la civilización sobre el cuerpo del Universo, sobre el escenario de la aparición del ser humano en el espacio.

Un detalle de la película me hizo sonreír. En una conferencia en EEUU una mujer le pregunta cómo lleva lo de ser tan conocido. Él explica que recientemente un turista lo paró por la calle en Cambridge y le preguntó si él era el auténtico Stephen Hawking. Él responde: “No, el auténtico es mucho más guapo”. Eso me hizo pensar en el cuerpo como consistencia imaginaria, como aquello que unifica al parlêtre ofreciéndole una imagen de sí. Y en esa respuesta, en ese chiste que él hace, vemos eso reflejado. Está claro que su imagen corporal es mucho más guapa.

Y en efecto es un hombre guapo por el brillo de su deseo, de ese deseo que lo habita y que desafió todas las predicciones de la ciencia médica. Quizás él tenía algo que hacer con su deseo y por tanto, su duro deseo de durar aportó a la humanidad ese gramo de genialidad enlazada a la humildad. Me parece que Stephen William Hawking él mismo encarna el misterio de lo que es el deseo en el ser humano, esa singularidad espacio-temporal soportada en un cuerpo que late, bolsa vacía, recipiente de eso tan extraño que llamamos la vida.

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